Política en 3 / La verdad






















   

Soy una persona crédula, tiendo a aceptar que lo que veo es verdad de primera mano. Para mí la verdad es aquello que se corresponde con lo que conozco, las configuraciones de la realidad que percibo, deduzco  y constato en mi relación con mi entorno y mis relaciones con la gente.

No siempre lo que yo creo que es verdad se verifica en la interacción con los otros y con la realidad; bien porque me equivoco en la percepción o elaboración de mis conjeturas,  bien porque los datos que he recibido no eran fiables o bien porque a pesar de esforzarme en atender bien esas dos tareas la comunicación con los demás no es eficaz y se produce un desencuentro.  Eso me lleva mucho trabajo.

La verdad no sólo depende de lo que yo quiero creer o de lo que yo estoy segura íntimamente, sino de que lo puedo compartir con las personas con las que tengo que hacer cosas en común y el acuerdo de lo que es verdad  o  no es verdad es el nudo alrededor del que se desarrollan prácticamente todas las relaciones humanas.

En el entorno familiar, o de amigos,  las discusiones son habituales para aclarar qué se quiso decir “porque pareció una ironía”,  o bien “cómo llegas tan tarde” a la comida cuando "estaba claro" que no se podía cambiar la hora “y sólo piensas en ti”.

En el trabajo los malentendidos a causa del estilo de comunicación también suceden a menudo. La descripción de un problema es fundamental para abordar la actividad. Los sobreentendidos son muchas veces todo lo contrario, infraentendidos, en los que cada cual entiende parcialmente según su información previa, su punto de vista o sus necesidades y deseos.

Cada persona tiene su verdad y el desacuerdo es la causa de todos los conflictos. La comunicación es indispensable para deshacer ese nudo generador  de rencillas y evitar las tensiones y hasta la disolución de una relación personal, laboral o política.

En primer lugar hay que considerar como se educa a los niños y las niñas a resolver esos desacuerdos. Recuerdo una sesión en clase, como alumna, en la que una profesora nos planteó qué  debía hacerse con un niño que, desobedeciendo la orden explícita de sus padres, subió a un árbol para salvar un gatito poniéndose él mismo en peligro. Un compañero muy seguro de sí mismo dijo que había que castigarle porque hay que obedecer las normas -esa verdad con mayúsculas de la autoridad paterna y materna-.  Parece fácil aceptar esa conclusión pero el niño también tenía otra norma, otra verdad asumida, que le imponía ayudar a los que están en peligro. ¿Cuál de las dos opciones era la verdadera?.  Dos verdades opuestas nos abocan a dos principios de acción diferentes y eso supone un conflicto cognitivo. Hay que decidir entre las dos opciones. ‘La hora de la verdad’ es la expresión que se utiliza para expresar que ha llegado el momento de la acción, de decidir una opción.

A través del diálogo, consigo mismo/a o con otra persona,  es como conocemos  nuestra  verdad  y  como conocemos la verdad de ‘el otro’, exponiendo la cadena de experiencias y razonamientos que nos impulsan a realizar una acción o posicionarnos en una opinión. Mediante esa reflexión dialogada los niños aprenden a tener un discurso  interno  que les ayuda a encontrar el camino razonado y flexible para hacer frente a las contradicciones de las normas impuestas. Les prepara para ser autónomos en las tomas de decisión futuras cuando deban decidir entre dos opciones opuestas, entre dos verdades.

El diálogo es una tarea permanente de la actividad humana con el que se construye lo que se llama el universo del discurso. Este universo es una estructura donde tanto los elementos como su función, su uso y el contexto en el que se desarrolla, son conocidos por los interlocutores.  El lenguaje natural es un ejemplo.

En cada lengua los hablantes conocen las palabras y cómo se utilizan, sus elementos formales como la morfología y la sintaxis, el significado que se adjudica a las palabras y sus elementos metafóricos, así  como las frases hechas que tienen un significado solo en su contexto.  Y así el uso distinto en el significado de las palabras puede generar  a pesar de conocerlo una extrañeza entre los hablantes. Por ejemplo en el español  el verbo coger no se usa en Argentina porque significa algo muy distinto que en España y como resulta inadecuado se usa en su lugar el verbo asir.

Hablar, dialogar, discutir, se revelan como actividades fundamentales para la construcción del sentido, del significado común compartido.

Pero todo el mundo no es honesto. Nos encontramos habitualmente con personas que ocultan aspectos de la realidad (la verdad ontológica) o desvirtúan el razonamiento (la verdad epistemológica) para sus propios intereses. Para esto la mejor estrategia es creerles. En primer lugar porque de entrada es cortés aplicarles lo que se llama ‘principio de caridad’ que es aceptar, mientras no se demuestre lo contrario, que una persona tiene, o cree honestamente tener, razones suficientes para decir lo que dice. Y en segundo lugar porque solo recorriendo y aplicando su propio razonamiento  encontraremos en el análisis posterior las contradicciones que siempre lleva implícitas un discurso mentiroso.

Para ello es necesario aceptar las consideraciones ajenas -las verdades de los demás- como lícitas, para valorarlas desde su punto de vista y contrastarlas con las propias aceptando honestamente las conclusiones aunque tengamos que ceder en nuestra propia verdad previa. Así construimos otra nueva verdad. Eso es aprender, evolucionar.

Por eso soy crédula. Porque aunque me da mucho trabajo es el único camino que conozco para ir encontrando, a pasos y en cada contexto, la verdad.15/05/13 Licencia Creative Commons
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