Soy una
persona crédula, tiendo a aceptar que lo que veo es verdad de primera
mano.
Para mí la verdad es aquello que se corresponde con lo que conozco, las
configuraciones de la realidad que percibo, deduzco y constato en
mi
relación con mi entorno y mis relaciones con la gente.
No
siempre
lo que yo creo que es verdad se verifica en la interacción con los
otros y con
la realidad; bien porque me equivoco en la percepción o elaboración de
mis
conjeturas, bien porque los datos que he recibido no eran fiables
o bien
porque a pesar de esforzarme en atender bien esas dos tareas la
comunicación
con los demás no es eficaz y se produce un desencuentro. Eso me
lleva
mucho trabajo.
La
verdad
no sólo depende de lo que yo quiero creer o de lo que yo estoy segura
íntimamente,
sino de que lo puedo compartir con las personas con las que tengo que
hacer
cosas en común y el acuerdo de lo que es verdad o no es
verdad es
el nudo alrededor del que se desarrollan prácticamente todas las
relaciones
humanas.
En el
entorno familiar, o de amigos, las discusiones son habituales
para
aclarar qué se quiso decir “porque pareció una ironía”, o bien
“cómo
llegas tan tarde” a la comida cuando "estaba claro" que no se podía
cambiar la hora “y sólo piensas en ti”.
En el
trabajo los malentendidos a causa del estilo de comunicación también
suceden a
menudo. La descripción de un problema es fundamental para abordar la
actividad.
Los sobreentendidos son muchas veces todo lo contrario,
infraentendidos, en los
que cada cual entiende parcialmente según su información previa, su
punto de
vista o sus necesidades y deseos.
Cada
persona tiene su verdad y el desacuerdo es la causa de todos los
conflictos. La
comunicación es indispensable para deshacer ese nudo generador de
rencillas y evitar las tensiones y hasta la disolución de una relación
personal, laboral o política.
En
primer
lugar hay que considerar como se educa a los niños y las niñas a
resolver esos
desacuerdos. Recuerdo una sesión en clase, como alumna, en la que una
profesora
nos planteó qué debía hacerse con un niño que, desobedeciendo la
orden
explícita de sus padres, subió a un árbol para salvar un gatito
poniéndose él
mismo en peligro. Un compañero muy seguro de sí mismo dijo que había
que
castigarle porque hay que obedecer las normas -esa verdad con
mayúsculas de la
autoridad paterna y materna-. Parece fácil aceptar esa conclusión
pero el
niño también tenía otra norma, otra verdad asumida, que le imponía
ayudar a los
que están en peligro. ¿Cuál de las dos opciones era la
verdadera?. Dos
verdades opuestas nos abocan a dos principios de acción diferentes y
eso supone
un conflicto cognitivo. Hay que decidir entre las dos opciones. ‘La
hora de la
verdad’ es la expresión que se utiliza para expresar que ha llegado el
momento
de la acción, de decidir una opción.
A través
del diálogo, consigo mismo/a o con otra persona, es como
conocemos
nuestra verdad y como conocemos la verdad de ‘el
otro’,
exponiendo la cadena de experiencias y razonamientos que nos impulsan a
realizar una acción o posicionarnos en una opinión. Mediante esa
reflexión
dialogada los niños aprenden a tener un discurso interno
que les
ayuda a encontrar el camino razonado y flexible para hacer frente a las
contradicciones de las normas impuestas. Les prepara para ser autónomos
en las
tomas de decisión futuras cuando deban decidir entre dos opciones
opuestas,
entre dos verdades.
El
diálogo
es una tarea permanente de la actividad humana con el que se construye
lo que
se llama el universo del discurso. Este universo es una estructura
donde tanto
los elementos como su función, su uso y el contexto en el que se
desarrolla,
son conocidos por los interlocutores. El lenguaje natural es un
ejemplo.
En cada
lengua los hablantes conocen las palabras y cómo se utilizan, sus
elementos formales
como la morfología y la sintaxis, el significado que se adjudica a las
palabras
y sus elementos metafóricos, así como las frases hechas que
tienen un
significado solo en su contexto. Y así el uso distinto en el
significado
de las palabras puede generar a pesar de conocerlo una extrañeza
entre
los hablantes. Por ejemplo en el español el verbo coger no se usa
en
Argentina porque significa algo muy distinto que en España y como
resulta
inadecuado se usa en su lugar el verbo asir.
Hablar,
dialogar, discutir, se revelan como actividades fundamentales para la
construcción del sentido, del significado común compartido.
Pero
todo
el mundo no es honesto. Nos encontramos habitualmente con personas que
ocultan
aspectos de la realidad (la verdad
ontológica) o desvirtúan el razonamiento (la verdad epistemológica)
para sus propios intereses. Para esto la mejor estrategia es creerles.
En
primer lugar porque de entrada es cortés aplicarles lo que se llama
‘principio
de caridad’ que es aceptar, mientras no se demuestre lo contrario, que
una
persona tiene, o cree honestamente tener, razones suficientes para
decir lo que
dice. Y en segundo lugar porque solo recorriendo y aplicando su propio
razonamiento encontraremos en el análisis posterior las
contradicciones
que siempre lleva implícitas un discurso mentiroso.
Para
ello
es necesario aceptar las consideraciones ajenas -las verdades de los
demás-
como lícitas, para valorarlas desde su punto de vista y contrastarlas
con las
propias aceptando honestamente las conclusiones aunque tengamos que
ceder en
nuestra propia verdad previa. Así construimos otra nueva verdad. Eso es
aprender, evolucionar.
Por eso
soy
crédula. Porque aunque me da mucho trabajo es el único camino que
conozco para
ir encontrando, a pasos y en cada contexto, la verdad.15/05/13
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