De marrón






















   

Hace unas semanas me recomendaron el libro de Petros Márkaris “Con el agua al cuello”. Tal como tenemos las cosas la novela se presenta simpática. La historia desarrolla una investigación por una serie de asesinatos de personas relacionadas con las finanzas, en un ambiente social denso marcado en todas las facetas por la angustia de la crisis económica.

En la calle, llena de manifestaciones que dificultan el tránsito. En las conversaciones familiares, de amigos, en el trabajo. Hay suicidios por la ruina. Al principio sale un personaje diciendo que es normal toda esta crisis, y que la culpa de la situación griega  no es de los alemanes. Después de una serie pistas y contrapistas ( aquí el que quiera leerse el libro que no siga porque lo voy a destripar) se descubre que los asesinatos han sido propiciados por un villano, que bueeeeeno no es tan malo  porque ha matado a gente que era parte de las graves desgracias de muchas personas. En plan justiciero.

Matar a cuatro personas de las finanzas como compensación, porque “se lo merecían”. Pero lo contradictorio del caso es que para llevar a cabo esta venganza paga dinero a los que usa de sicarios desde Liechtenstein, un paraíso fiscal que precisamente forma parte de ese sistema financiero del que el villano justiciero quiere vengarse. Así que él mismo forma parte del sistema que dice que combate.

Pero todo esto no es para encontrar esta contradicción en un villano de folletín. La novela se enmarca en una situación tan actual y cercana que puede aparecer como plausible: Usar a personas de colectivos deprivados para fines delictivos, con excusas baratas de justicia. Porque no es una actividad altruista, sino pagada. Y no es ayudar a pobres desgraciados sino emplearlos aprovechando su miseria.  Y por último, lo más preocupante: Los sicarios pagados no se consideran culpables por participar en los asesinatos porque “solo cumplían órdenes”.

Llegados aquí, la victoria del partido Amanecer Dorado no parece tan insólita.

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